Pequeña excursión al NE de Ko Samui

22FEB2016

Como cualquiera puede imaginar, el ánimo en un viaje no siempre está «pum para arriba». Sin perjuicio de que en general somos viajeros muy positivos y  nos llevamos súper, nunca falta el recuerdo, el e-mail, la llamada perdida, la falta del e-mail o del whatsapp, la pesadilla en medio de la noche o cualquier tonta excusa para despertar a los fantasmas, los miedos, las tristezas, las ausencias…

Estábamos de a ratos en esos momentos (la playa o la falta de un circuito agotador favorece, por cierto), cuando nos propusimos cachetearnos: «tenemos que conocer algo más de Ko Samui, es una isla inmensa, con cantidad de playas hermosas, no puede ser que nos quedemos aquí no más».

Para empezar, y contra todas las sugerencias de amigos y de LP, estuvimos de acuerdo en no alquilar moto. El tráfico aquí es virtualmente «de locos» y, encima, por la izquierda. No es la India, claro, pero mucho menos Inglaterra o Gales. Nos manejaríamos en los tuk-tuk compartidos; llegaríamos hasta una de las playas del norte e iríamos para el este, para terminar otra vez en Chaweng. En el medio, cumpliríamos con ver al Big Budha, sobre el mar en la playa de Bo Phut.

El primer minibus que nos tomamos nos dejó, sin proponérnoslo, en un lugar precioso: en la zona más oeste de la playa Bo Phut (al norte de Ko Samui), llamada Fisherman’s Village, nos tropezamos con un sector muuuuy pintoresco, como dirían los más jóvenes, «toda la onda»:

 

En realidad, se trata de unas pocas cuadras por lo que enseguida caimos en medio de la ruta, de playas de piedra y, por tanto, sin lugar por dónde caminar. Preguntamos y el Big Budha estaba ¡a 4km!… Inútil esperar un tuk-tuk, así que negociamos tarifa con un taxi que nos llevó hasta allí.

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El lugar  -bien decadente y en estado de virtual abandono salvo por los puestitos de venta- está no obstante rebosante de turistas como nosotros. Las vistas del mar, además, son bien bonitas.

A la salida recorrimos un mercado bien «local», con verduritas de todo tipo, frutas, leche vendida «al peso» y en bolsas de plástico (primera vez que vemos), y especímenes animales de lo más variados: cerdo, pollo, vaca, pescados y mariscos, pero también ranas inmensas, anguilas, víboras de todo tipo… ¡un asquito! Ni me dio para sacar fotos, me parecía que los invadíamos.

La cosa se nos puso difícil para encontrar un tuk-tuk de vuelta a Chaweng (en realidad, creíamos que nos querían cobrar de más, pero la actitud airada  -«go walking!»- de los conductores, que nos dejaban pintados en la ruta, nos convenció de que debíamos pagar.

En esas estábamos cuando coincidimos con otra pareja muy joven; ella parecía rusa y, según la frondosa imaginación de Mario, él era el típico yuppie occidental (hablaba como yanqui), maltratado en el trabajo y listo para desquitarse en su vida social… Un facho furibundo… Nos apuró a nosotros, al chofer (él iba a un lugar que el chofer desconocía, pero pretendía guiarlo con el GPS de su iPhone)… Un desagradable, pero que logró el cometido de que los dejaran en la puerta, en un -aparentemente- exclusivo barrio privado sobre el mar, justo al lado de un resort 5* (Six Senses, o algo así, bien en la puntita nordeste de la isla). Nosotros, finalmente, chochos: recorríamos la isla por el mismo precio 😉

Llegamos a Chaweng, más precisamente a un lago central que está a la altura del centro comercial, nos topamos con un concurso de cocina «con pato»

y nos dijimos: «a la playa», nada de caminar por el centro… Pagó, ¡y cómo! Magnífica caminata, con el atardecer…

… y, sí, ¡luna llena! Aunque las fotos estén feas (sigo sin cargar el trípode, no sé para qué lo traigo), van igual:

Así fue como pudimos espantar algunos fantasmas… a otros los tratamos de domesticar un poco, pero resisten resisten 😉

 

 

 

 

 

 

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