Oslo I

17JUL2016

Nos despertamos verdaderamente temprano en medio de la niebla… lluvia, niebla y vapor de agua de la catarata que, de mi parte, nunca vi. Mario salió anoche, cuando había despejado un poco, y aquí su registro:

El desayuno (recién a partir de las 8am) fue excelente, a diferencia de todo el resto del hotel… y el personal de esta mañana, también muy servicial.

Poco antes de las 9am ya estábamos en la ruta en dirección urgente a Oslo… queríamos cambiar de aire y de clima.

El viaje comenzó por montañas muy altas, con manchones de nieve, y despejándose. Luego vinieron los pinos de un verde intenso… todo el tiempo lagos, fiordos, agua… mucha agua siempre, y también lluvia, intermitente.

Con una velocidad máxima de 80km, varios tramos a 70km y menos (controles de cámaras por todas partes), en unas cuatro horas estuvimos en Oslo. Las carreteras son asombrosas: excelente estado de conservación, túneles y más túneles, inversión constante. Habíamos «actualizado» nuestro GPS y, sin embargo, cada tanto había una obra nueva que no reconocía, «recalculando» todo el tiempo.

A medida que nos acercábamos a Oslo, la carretera se ensanchaba, tenía cada vez más tramos con doble carril y aparecían los arcos desde los que se nos cargaba el peaje.

La llegada al hotel fue complicadísima. La zona por la que entramos está «patas para arriba» por obras, con lo que veíamos muy cerca el hotel (un Radisson Blue gigante, de 34 pisos) pero no acertábamos a dar con la manera de llegar. Finalmente lo logramos, hicimos el check-in y no dudamos en ir a devolver urgentemente el auto.

La oficina de Herz estaba en la estación central de tren (¡a solo unos 300m del hotel!), pero teníamos solo ese dato y no había manera de ingresarlo al GPS. Por lo demás, la oficina estaba en el hall central de la estación pero… ¿y el auto? La señalización era horrible y un trámite tonto se nos convirtió en pesadilla. Lo mejor era que yo bajara caminando y averiguara. La verdad, una atención horrible. Tuvimos que dar un giro gigante para entregarlo en un parking, a la vuelta de la estación. Una vez más, la señalización era pésima y, finalmente, apenas había un chico con una especie de posnet en la mano y tomando datos. No nos entregaron un solo papel de «recibí conforme»; los peajes, supuestamente, nos llegarán por e-mail y se debitarán de la tarjeta que habíamos presentado al momento del alquiler… Pura cuestión de fe.

Volvimos al hotel previo paso por el centro de turismo (en realidad, ya teníamos el material recogido en el aeropuerto a la llegada a Oslo y habíamos estado leyendo en el auto).

Oslo, 650.000 habitantes, la capital europea de mayor crecimiento demográfico.

Julio es un mes especial: la ciudad está vacía de sus vecinos por la fellesferie (vacaciones). Un noruego promedio goza de 4/5 semanas de vacaciones al año y toma buena parte de ellas en el mes de julio. De cualquier modo, hay muchos turistas y hoy, en particular, se percibía clima «de domingo».

El día se había compuesto y era una tarde preciosa. Acomodamos un par de cosas en el hotel, nos tomamos un té en la habitación y salimos a cumplir con la sugerencia de una de las guías actualizadas: recorrer la Havnepromenaden («Paseo del puerto»), inaugurada en 2015, 10km de longitud (finalmente hicimos 2/3 del recorrido, el otro quedará para otro día).

Para hacerse una idea, hay que pensar a Oslo en el sudeste de Noruega, orientada hacia el sur (desde ese sur penetra el Oslofjorden) y este paseo extendiéndose de Este (Sørenga) a Oeste (Flognerklen).

Bajamos desde el hotel hasta el extremo Este, pasando primero por el novísimo barrio Bjørvika, formado por edificios altos (una rareza por estas latitudes) de gran audacia. En el último tiempo Oslo ha vivido una transformación urbanística radical, un nuevo perfil de ciudad en constante crecimiento.

Desde ese puente que cruzamos se ve nuestro hotel (abajo se ven las vías del ferrocarril y eso explica la cercanía y excelente ubicación que tenemos):

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La zona es también la de la ópera («el» emblema de la ciudad moderna), que a su turno forma parte de un complejo urbanístico mucho mayor (barrios, museos, bibliotecas, todo al lado del mar) previsto para finalizarse en 2020.

Son infinitas las plumas, así como el despliegue de obradores:

Caminamos hacia el extremo Este, hasta la nueva zona de Sørenga, atravesando un puente flotante

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para encontrarnos con esos edificios de mediana altura y moderna arquitectura, con sus plazas, canales, bares:

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y en el extremo, «el mejor lugar de baño de Oslo»:

Hay que ver la sencillez de líneas y materiales y, al propio tiempo, la comodidad y versatilidad de estos espacios:

Desde ahí, volvimos sobre nuestros pasos en dirección Oeste y llegamos a Den Norske Opera & Ballet, el proyecto que lanzó a Oslo a la constelación de ciudades culturales de talla mundial. El conjunto evoca un glaciar flotando en la costa de Oslo

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y desde las «alfombras» exteriores se trepa hasta el techo…

Ya en el techo, las vistas son fascinantes:

Y el interior no le va a la zaga:

Una pena que la temporada de ópera sea a partir de septiembre/octubre… ¡estamos anonadados con este lugar!

Y así seguiríamos, ahora desde más adelante de la promenade:

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Más vistas al tiempo que avanzábamos en el recorrido y el edificio del ayuntamiento, donde se entrega el Premio Nobel de la Paz cada 10 de diciembre:

El «clima» era bien dominguero:

Y, ahí mismo, otro distrito modernoso en el Aker Brygge (embarcadero de un pequeño río que se forma a esa altura), con el Museo Astrup Fearnley de arte contemporáneo, en sí mismo toda una obra increíble:

Más gente loca bañándose… casi las 7pm y apenas 18º (si no menos):

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esculturas raras…

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fuentes raras…

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Y a más de las 7pm, nos venció el cansancio y el hambre. Moría por unos spaghetti, tagliatelle, penne o cualquier cosa de mi madre patria, así que terminamos ahí mismo, en ese paseo, en un restaurante llamado «Olivia». Salute!  Skål!  Cheers!  Prost! … ¡Salud!

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