La ruta del vino riojano

14OCT2017 – Donostia / Estella / Elciego

Ya entramos en tiempo de descuento… dos noches para nuestro retorno. La primera, una parada para recorrer algo de la ruta del vino de La Rioja, el más reputado del país; la segunda, ya cerca de Barajas, un clásico en los recorridos por España, Segovia.

Teníamos pautado el ingreso al “alojamiento rural” (una categoría un tanto inadecuada para el significado habitual de esos términos) La Corchea, en Elciego (Rioja Alavesa), a las 3pm. Una de las rutas posibles hasta allí tenía como puntos intermedios Pamplona y Estella. Nos decidimos por entrar a esta última, en función de la cantidad de estrellas Michelin y del tamaño de la población (en tránsito, con el auto cargado… tratamos de evitar las ciudades más grandes).

Fue apenas salir de Donostia y encarar al sur que el paisaje cambió drásticamente: de repente las montañas se amesetaron y, fundamentalmente, abandonaron ese verde oscuro, intenso y apretado para ralearse casi del todo y trocar por una paleta de blancos, amarillos, ocres y, allí donde los pueblos, unos pálidos rojos de las tejas.

Estella (“Estella la Bella”) era uno de esos pueblos de Navarra, allá por el s. XII. Empezó a recibir los favores (el “fuero”) del poder real en función de su importancia eclesiástica. Era y es una etapa importantísima del Camino de Santiago y buena parte de su historia se explica en derredor de este peregrinaje.

Hasta allí llegaron los franceses, asentándose en una de las márgenes del río conocida como el “barrio franco”. La iglesia de San Pedro Rúa es imponente y bella

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con un recogedor claustro adosado, del que destacan los hermosos capiteles, todo muy bien mantenido y expuesto.

La Calle Rúa (Rua Kalea, todo sigue en euskera aquí, aunque los navarros renieguen del País Vasco) sube desde la misma plaza de la iglesia con casas muy pintorescas hoy devenidas en sede de organismos públicos locales, pequeños museos o, directamente, ateliers de artesanos y de artistas y negocios de chucherías turísticas. El Camino de Santiago no dejaba de acompañarnos…ésta era la calle usada por los peregrinos.

Cruzamos el puente sobre el río

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y llegamos al barrio navarro, con su Iglesia de San Miguel, majestuosa y enorme. Tardaron seis siglos en construirla desde el s. XII. Estratégicamente emplazada, desde una terraza hay vistas preciosas al barrio franco.

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Bajamos otra vez hasta el estacionamiento donde habíamos dejado el auto, no sin antes comprar unas delicias dulces (unas “trenzas” de hojaldre con un glaceado de limón y azúcar, mmmmm) para acompañar los mates en el tramo que nos faltaba hasta Elciego.

El camino empezaba lentamente a ondularse con viñedos en todos los tonos del verde claro al rojo y al amarillo que puedan imaginarse…

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Circunvalamos Logroño y continuamos en dirección a esa ruta del vino en la que haríamos base.

No más entrar a Elciego impacta la obra soberbia de Frank Gehry para la Bodega Marqués de Riscal. Tenemos pautada una visita guiada el domingo a la 1pm, ya de salida para continuar en dirección a Segovia [remisión a la visita].

Maricarmen nos esperaba a las 3pm en punto. Pudimos llegar con el auto solo para descargar el equipaje y luego estacionar a menos de 100m. Maricarmen era un personaje… nos dio dos habitaciones en el primer piso, una de ellas con una terraza con vista a la bodega. Las fotos no hacen justicia por el sol detrás, ¡pero era una vista increíble!

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Nos acomodamos rápidamente y partimos en múltiples direcciones cercanas:

Primera parada, la bodega Ysios, una maravilla arquitectónica de Santiago Calatrava…

impresionante la integración con el entorno, la cadena montañosa detrás, la ilusión óptica que todo el tiempo producen esas ondas en el techo de aluminio y en las paredes de madera.

Estaba ya cerrada al público, pero teníamos varias referencias de que lo que verdaderamente valía la pena era su exterior. La curiosidad de Ricardo por ciertos aspectos técnicos del techo, sumada a la eficacia de Google, dio como resultado enterarnos de que la bodega está en juicio contra Calatrava por € 2 millones… ¡el techo se llueve! Ah…

Seguimos en dirección a Briones, pero previamente dimos con otro pueblito encantador, San Vicente de la Sonsierra.

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La región está llena de estas pequeñas comarcas y, sobre todo, ¡de bodegas! Tenemos pendiente googlear cuántas, pero así a simple vista son montones, una al lado de la otra. En San Vicente nos paramos a ver el castillo

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a recorrer el puente medieval

y aprendimos el nombre de una fruta, el madroño (¡rica!, según dijeron Mario y Cristina, que la probaron; nos contaron que también se hace un licor y mermeladas.

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El pueblito de Briones es encantador… dejamos el auto estacionado e hicimos un recorrido precioso: la ermita

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las callecitas prolijas… de esa austeridad medieval que tanto nos gusta,

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un museo interesantísimo que reproduce la distribución típica de una casa riojana, y la iglesia (o mejor, las iglesias, las abundantes iglesias)

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Ya final de recorrido era Laguardia, el pueblo con más ambiente de todos,

lleno de turistas y viajeros que disfrutaban de las plazas y los bares. Estábamos famélicos, eran apenas (para las costumbres españolas) las 8pm y le dimos varias vueltas a la definición del restaurante: uno estaba (¿todavía?) cerrado, en otro no teníamos acceso al menú (estaba en una primera planta) y el bar de tapas de abajo estaba lleno de turistas anglosajones. Terminamos en el restaurante recomendado por Maricarmen, sobre la plaza principal, muuuuuuy paquete y muuuuuuy bueno. Tenía que ser así porque era el regalo de Norma para los cuatro.

Comimos deliciosamente: unas torrejas celestiales, el cogote de la merluza (plato para dos, compartido con Mario),

bacalao (para Cristi) y chuletas de corderito (Ricardo)… abundantísima cena. Probamos dos tempranillos (la cepa típica de la Rioja); nos encantó el segundo, “Goyo Garrido”.

¡Gracias mami! Por nuestra parte, justo a tiempo. Teníamos un e-mail de ese día, reprochándonos no haber visto la foto de la cena 😉

 

15OCT2017 – Elciego / Segovia

Esta mañana el cielo amaneció densamente nublado y con una garúa casi imperceptible. Encontramos un restaurante de pueblo para desayunar y a eso de las 10am nos acercamos a la bodega Marqués de Riscal para ver si podíamos adelantar la visita (teníamos la reserva para recién a la 1pm). Afortunadamente, había 4 lugares libres para una visita (en inglés, pero no nos importó y se entendía perfecto) a las 10.30am.

Corrimos a dejar el alojamiento, volvimos al estacionamiento y rápidamente comenzamos. Ufff… qué jaleo, pero lo logramos y nos inyectó un poco de adrenalina en el viaje.

La visita comienza con un “video institucional” en el que se cuentan los orígenes de la bodega (los primeros vinos datan de 1862), del impulso del primer heredero, “Don Guillermo”, un intelectual, periodista y visionario, su desarrollo y la decisión de encomendar la construcción de un complejo de bodega, dos restaurantes y hotel-spa al canadiense Frank Gehry. Vale clickear en la página para disfrutar de esta nueva maravilla arquitectónica, perfectamente integrada con el entorno y, al propio tiempo, con claras evocaciones a la alegría, al placer y al disfrute del vino (tal y como le escuchamos al propio Gehry, en una entrevista del video).

La construcción es de piedra, acero y titanio multicolor (rosa, por el vino; plateado y dorado por las cápsulas de los vinos). Lindaaaaaaaa.

El vino se produce a partir de viñas propias y de compras a viñateros de la región; 92% tempranillo, 7% mazuelo y 1% graciano. Consideran viñedos jóvenes a los menores de 15 años; medios, a los de entre 15 y 45 años (para vinos reserva) y viejos a los de más de 45 años de antigüedad (gran reserva y Premium). El viñedo más viejo data de 1902 y da solo 2 racimos por planta. Produce un vino finísimo, muy alabado.

Esta zona de la Rioja Alavesa se extiende entre dos cadenas montañosas que la protegen del frío extremo y de los vientos (la del norte) y del calor (la del sur).

Todos los tintos son añejados (aun el “Crianza”, año y medio en barrica y año y medio en botella). No producen vinos jóvenes. Los vinos de gama alta empiezan con tres años en barrica y tres en botella.

Hicimos el típico recorrido de una bodega, desde la llegada de la uva hasta el embotellado, pero con un video sumamente didáctico que ilustraba bien todo el proceso.

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La parte más linda, ciertamente, es la del cellar de las viejas botellas, que no están a la venta y se abren en ocasiones especiales (degustaciones para periodistas especializados, sommeliers, etc.). En ocasión de contratar a Gehry abrieron una botella del año de su nacimiento, 1929, ¡y estaba muy bueno! A juzgar por los resultados, fue fuente de magnífica inspiración.

El resto… puro placer. Catamos un blanco verdejo de Rueda y el clásico “Marqués de Riscal Reserva”, 90% tempranillo cortado con mazuelo y graciano. Muy buenos, particularmente el tinto.

 

Hicimos alguna comprita y nos sentamos a tomar café con una tapa increíble: tostada, rodaja de queso de cabra, mermelada de tomate y piñones… ¡ahhhhhhhh!

 

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El café muy a propósito de tener que seguir ruta. Termino de escribir esto arriba del auto, durante las tres horas de  viaje hasta Segovia, nuestro último destino.

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