Ko Samui

20/21/22/23FEB2016

Sábado 20 a la mañana volamos a Ko Samui. El aeropuerto de Phuket era un caos, literal. Colas inorgánicas (con avivados incluidos) para pasar por los rayos en la entrada, colas para el check-in, colas para embarcar… Por supuesto, salíamos de una puerta inexistente (o casi) y por fortuna nos dimos cuenta de que nuestro vuelo ya estaba embarcando.

El avión de Bangkok Airways era pequeñito (creo que se llaman «turbo hélice»), pero el vuelo fue espectacular. El aeropuerto de Ko Samui es muy pintoresco… Nos subimos a minibuses abiertos, sólo techados, toda la estructura abierta, de madera teca, y rodeados de vegetación exuberante… Desde el aire ya habíamos visto el mar… In-cre-í-ble en sus degradés de verde al azul, bello de bello.

Ko Samui es la tercera isla en tamaño de Tailandia y fue descubierta para el turismo recién en 1971. Hoy es un centro de playa establecido, con conexiones directas a Singapur, Kuala Lumpur, Macau, Hong Kong, toda Indochina y no sé cuántos otros destinos. El turismo es verdaderamente internacional, tanto oriental como occidental.

La isla tiene muchas playas atractivas, pero son principalmente las del norte y las del este las que concitan la mayor afluencia tuística. Y, aun dentro de ese litoral, prevalece Chaweng Beach, en uno de cuyos extremos (el sur, el más tranquilo) es donde estamos parando nosotros.

 

El traslado desde el aeropuerto lo hicimos por un servicio de minibus de tarifa fija (160 THB, si mal no recuerdo) que nos dejó en la puerta del hotel. Fuimos los últimos, luego de unos chicos argentinos muy jóvenes, unos europeos muy rubios y muy blancos y muy indescifrables (entran en una nebulosa que denomino «Europa Central» o «Europa del Este», como si todo me diera igual… más o menos la idea es ex URSS o ex órbita URSS, perdonen la imprecisión y la ignorancia 😉 ), otra pareja de «orientales» (reloaded: ¡perdonen, por favor, la imprecisión y la ignorancia! ¡esto es todavía peor… no distingo un japonés de un chino, imagínense la sutileza de un tailandés o un vietnamita… hace rato que abandoné…). Nosotros, una vez más, los últimos en bajar.

El Bhurundi Chaweng Beach Resort es, sencillamente, encantador. Por supuesto que hay cantidad de propuestas mejores, ni qué hablar de más lujosas, pero la meneada relación precio-calidad nos pareció óptima. Peleamos una habitación con una pequeñísima vista al río (no teníamos contratados bungalows, sobre la playa) y la realidad es que la habitación tiene el confort indispensable, al tiempo que «toda la onda» tailandesa:

Desde el balcón, muy pintoresco, tenemos estas vistas:

El «edificio» del hotel no está sobre el mar, pero sí la parte de los bungalows y un acceso adicional a otra pequeña playa (la que más nos gusta, Chaweng Noi) a la que se llega por una especie de servidumbre de paso con el restaurante del hotel de adelante. Un engendro, bah, ¡pero funcional! Hasta hay que cruzar un pequeño puente sobre un riacho que desemboca en el mar y que divide ambas playas:

El hotel tiene su servicio gratuito de poltronas, mesitas y sombrillas y no tardamos nada en estar allí. El baño de mar es muuuuuuuuuuuy gratificante, un mar a la temperatura justa y… ¡con olas! ¡magníficas olas! ¡olas para jugar! Placer placer.

[Al segundo día, había un viento muy fuerte; las olas rompían duramente apenas uno se metía… Hacía rato largo largo que no sentía miedo de meterme al mar; solo la constatación de otra gente sin problemas al lado me disuadió; de cualquier modo, a esa hora de la mañana y con las olas altas casi no hacía pie… Olas de esas que terminan con la arena adentro de la malla… ja ja, bien argentinas o braviuruguayas 😉 ]

 

A la tardecita y luego de una ducha nos fuimos caminando hacia el «centro». Los carteles marcan «downtown, 1km», «Central Festival, 2km» (el nombre de un centro comercial), «northeastiest point of Chaweng, 5km».

Llegamos al Central Festival y, ¡oh!, estaba el Kindle e-reader, pero ¡a u$s 220! (en EE.UU. y, creo, en un aeropuerto donde les compramos a las chicas está a u$s 120 aprox., así que desistimos).

Miramos un poco alreadedor y nos sentamos a comer en un lugar muy concurrido («Onion», sobre la principal), muy rico y muy conveniente, aunque tardaron un rato en el servicio, desbordados, creemos.

¿Cómo es Ko Samui (o, mejor, Chaweng) y su centro? Atestado de negocios -en especial comederos, bares, boliches, salones de masajes y venta de falsificaciones de todo tipo- y de gente, ruido mucho ruido, pero sin la agresividad o la sensación (sobre todo de noche) de «reviente» de Phuket. Parece que aquí también hay mucha movida nocturna, incluidos los tugurios, pero más relajado 😉

La segunda noche tuvimos un descubrimiento maravilloso. El día había transcurrido más que placentero: para empezar a hablar, terminé «Los detectives salvajes», de Bolaño. Eran las 9.30am aprox. y pasé la posta del Kindle a Mario. Imposible describir con palabras todo el placer intelectual que me dio ese libro. Me volvió a instalar (y en serio) esa media sonrisa que provocan la emoción, la sorpresa, la admiración, ese tan natural «qué genio este tipo, qué bien que lo hace»… ¿Cómo no había leído nada de él hasta ahora? Era una larga deuda… «Los detectives…» es de 1998 y Bolaño murió en 2003, hace ya más de 10 años. Siempre me resultaba una empresa de largo aliento… necesitada de tiempo, el bendito tiempo…

En fin, no aburro más: este verano me he reconciliado con la literatura: «El hombre que amaba a los perros» (Leonardo Padura), en enero, cautivante, y ahora esto… FELIZ.

[Siento que estoy perdiendo mi Kindle… Mario está enganchadísimo y no para de encontrarle ventajas maravillosas a mi pequeño chiche… Hay que conseguir otro urgente. Mientras tanto, volví al soporte papel y ya me devoré a McEwan. Ahora, a angustiarme con la enigmática Samantha Schweblin…]

Era tanta la felicidad que tenía con la lectura, que me fui a caminar hasta la punta de la playa, un poco enterrándome en la arena y otro poco pasando piedras. Llegué hasta el final de la playa (ya después se terminaba la cala y era todo piedra). Hay algunos resorts increíbles… se nota que de mucha categoría.

El resto del día pasó sin darnos cuenta: enganchadísimos en diversas lecturas, mates en la pileta que está al lado del mar…

Así, sin querer, se nos hizo la tardecita. Decidimos que cenaríamos «por el barrio» y hasta teníamos identificado un restó un poquito más coqueto. Pero en ese afán de «ver un poco más»… «por si nos perdemos algo» (que, en mi caso, arrastro desde mi viaje inaugural con CancaBella en 1991, siempre dándonos una última chance, y otra última chance, y otra última chance…), encaramos para la dirección opuesta a la «natural» de ir hacia la zona más animada de Chaweng. Fue así  que encontramos EL lugar… A apenas 50m del hotel, en el recodo por donde la calle se aleja del mar, pequeñito, prolijísimo y lleno de gente. Lo observamos con más detenimiento y dijimos: «es acá». No había mesa, pero no tuvimos el menor problema en esperar media hora. Nos fuimos hasta la orilla del mar, otro placer a un día de luna llena.

«Phensiri» (80/30 Chaweng Beach; facebook: /PhensiriKohSamui) no tiene punto de comparación con lo que veníamos encontrando, a salvo obviamente el restó del  hotel de Phi Phi. La comida es sublime y los precios, directamente, inverosímiles. Por supuesto ya ni intentamos ir a otro lugar. A sacarnos las ganas de probar la mayor cantidad de delicias que podamos ahí, y nada más que ahí. Nuestro único límite ha sido el picante… No nos bancamos casi ni el primer pimientito de la carta ¡!  Hemos incursionado en pollo, cerdo, pato, hongos varios, más mariscos… Todo de alta cocina y presentación.

 

Ko Samui es famosa por su gastronomía: está lleno de grandes restós, la publicidad abunda en premios que algunos ganan y en nombres de chefs importantes. El tema es que por ahí están alejados, en los grandes resorts, el número final de la cuenta es impredecible y, encima, hay que estar más o menos bien vestidos… algo que entre nosotros no abunda, aunque esta vez trajimos un pantalón y un vestidito, pero para Bangkok (pendiente).

En general, y salvo una «excursión» de la que escribiremos aparte, los días en Ko Samui transcurren más que tranquilos. Nos encanta la playa, más allá de que varios observen lo reducida que ha quedado por el abuso de la construcción. El mar es espectacular; para quien disfruta las olas, una fiesta.

Nos ha pasado de encontrarnos con gente muy entretenida, que se engancha a charlar con nosotros: una pareja de gays madrileños, ¿65 años?, desopilantes. Nos hacen desternillar de la risa, muy pero muy ocurrentes. No más nos escucharon hablar en español y, exclamando alivio, se nos pegaron a la charla. En el desayuno, en la playa, pasamos largo rato charlando con ambos.

También un italiano que vive en Alemania y que vivió antes mucho tiempo en Argentina… Me hace acordar a Chico Buarque, moreno y de ojos clarísimos; la mujer alemana parece que no entiende una palabra de español pero a él se le nota el enorme placer de hablar con nosotros y de recordar nuestro país. Se metió en nuestro griterío del desayuno con los españoles y ya se prendió… Divinos todos.

 

 

 

 

 

 

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