Casi sobre el final

25 ENE 2019

Diani

La bronca por otro frustrado intento de terminar La parte inventada no alcanza para lograrlo: no puedo leer más rápido, no puedo leer más horas. ¿Tan largo era? Así parece, pues esto de no conocer el libro “físico” y manejarnos con “posiciones” y “porcentajes” leídos del Kindle nos descoloca. O, como le pasó a Mario: encontrar luego el voluminoso libro en una librería (por ejemplo, Patria), le arrancó un muy sonoro “¡Con razón!”, un súbito alivio por haber tardado tanto.

La cosa es que las casi cuatro horas de lectura ininterrumpida de un libro sobre un escritor y sobre escribir me llevaron solitas al qwerty… Acá estoy, para la despedida.

Ha sido un viaje tan distinto, tan lleno de ganas y de miedos infundados, de alivios y de sorpresas, de cultura y de naturaleza… Estamos felices de haber elegido Kenia, de habernos ceñido a conocer más o menos bien este país, de haber tomado esta muestra tan representativa de esa fantasía occidental llamada “África”.

Estos dos días han sido de más caminatas (la de bien temprano, con baño de mar reparador

y otra, al mediodía y cuando la marea estaba bien baja, hacia el sur, con protector, gorro, remera y otro baño de mar incluido), de suculentos desayunos/brunch poco después de las 9am, de incursiones en otras cenas.

El miércoles cenamos en el resort. Nadie objetó los Levi’s ultra azules y las Crocs de Mario, así que fuimos admitidos en el único restaurante en el que había gente. Un servicio de bufet estaba dispuesto y nos aclararon que correspondía a comida “africana”. Curries picantes, arroz con coco, guisos de corderos, variedad de carnes a la parrilla, ensaladas a elección, sopa de pescado con leche de coco. Todo muy rico, pero nada wow! Y la cosa es que los bufets no nos entusiasman; siempre preferimos elegir dos platos distintos, probar los dos… cuestión de gustos, simplemente.

No entendíamos muy bien cómo era la cosa, porque siempre creímos que estábamos en un régimen de “bed & breakfast” y que las cenas era “a la carta”. Finalmente, cuando nos trajeron la cuenta para firmar, preguntamos. El otro restaurante (en el que no había nadie, literal) era “a la carta”; podíamos elegir cualquiera. Pero, claro, ¿quién quiere ir a un restaurante vacío? El hecho de que todo el mundo estuviera en el del bufet hablaba, quizá, de personas que habían contratado pensión completa o media pensión, que tal vez habían caído aquí por agencia.

Como fuere, el jueves a la noche fue para un restó que está en otro hotel (The Sands at Nomad, tiene muuuuuuuuy linda pinta de afuera), a escasos 700m del nuestro, altamente recomendado por Lonely Planet, Tripadvisor y el tano con ganas de hablar que conocimos en Watamu. Nomad resultó un lugar di-vi-no… estábamos sentados al lado del mar, disfrutando de una brisa increíble

Pedimos langostinos en tempura y el plato con la pesca del día (“dorado”, así como /doradouuu/, espectacular), todo una delicia, aunque con el toque picante que no termina de entusiasmarnos. Por suerte, nada grave y, al cabo, no solo tolerado sino comido con ganas (¿nos estaremos poniendo tan viejos?).

Los precios eran muy normales, pero nos sorprendió la suma de un 20% de impuestos (VAT y otras yerbas) que nunca antes tuvimos así, discriminados ¡o cobrados!

En cualquier caso, no fue un despropósito ni mucho menos, y es un restaurante que merece la pena.

Volviendo a la cena en el resort, vi entrar a un hombre vestido con elegancia-relajada-playa-trópico (pantalón blanco, camisa de lino celeste suelta, sin cuello) ¡y alpargatas! ¡Zas, argentino! Efectivamente, bastó escuchar hablar a la pareja para confirmarlo. Porteñísimos (o casi, San Isidro). Estuvimos charlando en las mañanas subsiguientes con ellos, cuando nos cruzábamos en el desayuno, muy agradables.

Estamos disfrutando de la última tarde, todavía deshojando la margarita de adónde repetiremos cena esta noche. En algún rato deberé encararle al equipaje. Mañana nos pasa a buscar Lucy a las 11am para ir a Moi International Airport, en Mombasa. Nuestro vuelo a Madrid (vía Doha) sale a las 4.50pm, así que vamos más que holgados con el tiempo.

En Madrid recogeremos la valija que dejamos en consigna (con todo el “disfraz” de profesores para el invierno) y saldremos para Alcalá de Henares. Mario da clase el lunes por la tarde y yo el jueves por la mañana. Me interesan algunos temas de los profesores españoles, así que seguramente iré también a esas clases.

Viajes, y otros viajes.

Misceláneas

[De cosas que me quedaron en el tintero, en la libretita, en el recuerdo… de curiosidades para otros viajeros, un poco de todo, muuuuuuuuy mezclado y sin hilo conductor]

Arquitectura.— La arquitectura en Kenia es un capítulo especial. Me preguntaba por qué la arquitectura, en general, luce tan deslucida, tan fea (ésa es la palabra). La cosa va más allá de la obvia respuesta de la pobreza y quizá el uso de ladrillos (mayormente de cemento, pero también cocidos) irregulares, más anchos y “parados” (en lugar de organizados horizontalmente, como los nuestros), sin revocar, sea lo que brinde ese aspecto tan disonante. Y esto pasa tanto en las barriadas pobres como en las partes más acomodadas. Definitivamente, la arquitectura no es el fuerte de los kenianos…

Esto sea dicho, más allá del distrito comercial y financiero de Nairobi, donde hay torres globalizadas, y los apenas intuidos bellísimos barrios acomodados de las afueras de Nairobi, por ejemplo, casas gigantes en barrios cerrados en la zona del National Park. O las mansiones de los italianos al lado del mar en la zona de Malindi, Watamu.

Pastoreo.—  Nos llamó la atención cómo pervive esta actividad entre los kenianos. El pastoreo es omnipresente; tanto en las zonas rurales como en la propia ciudad. No es infrecuente ver cruzar un grupo de cabras o de ovejas o de cabras por medio de las calles. También mucho al costado de la ruta. Los niños y los muy jovencitos suelen estar a cargo.

Tráfico.— El tráfico es terrible, no solo en Nairobi. En las rutas circula de todo y todo junto: autos, motos, bicicletas, carros tirados por burros, por hombres, gente caminando ¡y los animales con sus pastores! Quizá lo único más complicado que hayamos visto fue India, decididamente peor en cuanto al tráfico, más allá de su lógica interna.

Trabajo.— Para los estándares que vemos actualmente en Europa y aun en Argentina, se advierte exceso de trabajadores (indicador lamentable de “mano de obra barata”) en todas las actividades en las que nos involucramos. Esto es así en la obra pública en las rutas (“uno trabajando y diez mirando”), en los parques nacionales, en los hoteles… siempre hay varios apostados (afuera de la habitación, en la salida del hotel, en la entrada de los restaurantes), listos para ofrecer ayuda ¡y para reclamar propinas! Constantemente uno se ve rodeado de tres o cuatro personas para prestar el mismo servicio. No nos animamos a preguntar por el salario promedio. Sospechamos que ha de ser muy bajo.

Higiene y limpieza.— No sabemos si como una política de concientización para promover el turismo o qué, pero lo cierto es que nos llamó mucho la atención la limpieza de los baños en todas partes: lugares comunes de los hoteles, paradores en la ruta, restaurantes. La palabra “impecable” quedaba corta en muchos lados. Creemos que, efectivamente, repasaban el baño luego de cada uso individual, impresionante.

También había otro tipo de detalles: alcohol en gel, comidas tapadas con tules (hay muuuuuchas moscas por todos lados, sobre todo en la costa), tules y mosquiteros en todas las habitaciones, agua embotellada y con precinto de cobertura plástica en la tapa.

Im-pen-sa-ble tomar agua de la canilla. En algunos lugares (sobre todo de la costa) nos lavamos los dientes con agua embotellada.

Finalmente y por descuido, me picaron unos tres mosquitos (a Mario ninguno), así que tomaré la indigesta Tropicur todo lo que sea necesario para aventar todo riesgo de malaria (tenemos que seguir varias semanas más después del viaje y verdaderamente cae como una piedra en el estómago; aunque no haya sido solo eso, es seguro que Mario se sintió mal también por esta medicación).

Hablando de malaria, el problema está en la costa. Quienes viajen a Kenia solo por safaris en el interior, no deberían preocuparse.

Parques nacionales.— Todo un debate entre conservacionistas… por un lado, es muy claro que acotó ampliamente la locura de los “cotos de caza”; por el otro, expulsó a los masai y otras tribus de “tierras originarias” en las que ahora, y con las grandes bestias, ya no podían pastar. Hay compensaciones económicas para estos pobladores, pero la ineficacia y la corrupción impedirían que estos fondos lleguen.

James también nos habló del human wildlife conflict, que se produce, al revés, cuando los grandes animales de los parques se quedan sin agua o sin comida y salen de sus límites, atacando al ganado u, ocasionalmente, a las personas.

Economía y políticas públicas.— Kenia es esencialmente agrícolo-ganadera y turística. Son sus industrias principales. Por ejemplo, nos enteramos que son los principales exportadores de ¡rosas!, que exportan a Holanda, como sede del mercado central de flores más importante del mundo.

De cualquier modo, el gobierno ha anunciado una política de “big 4 agenda”: infraestructure, manufacturing, education & health.

En cuanto a infraestructure, están construyendo un nuevo puerto cerca de Lamu, para conectar con el sur de Sudán y Etiopía (pensamos, luego del atentado en Nairobi, que las cosas se les pueden complicar por el norte con los somalíes… se verá).

Relaciones familiares.— Mario estuvo indagando algunas de estas cuestiones en el viaje a Amboseli, con James. Efectivamente practican la poligamia, sobre todo entre los masai, las comunidades somalíes, algunos musulmanes. En general no se acepta entre las comunidades cristianas.

La sociedad está compuesta por big nuclear families. Los casamientos, funerales, graduaciones, son eventos familiares enormes. Si uno planea casarse, involucra a toda la familia, tíos, primos, abuelos, sobrinos. En amplias comunidades tribales, rurales, pervive el casamiento “arreglado”, desde muy pequeños. En la ciudad no hay casamientos arreglados pero sí puede haber oposición efectiva de la familia hacia alguien. El casamiento es más una cosa de “familias” que de personas.

La mayoría de edad se adquiere a los 18, cuando terminan secundaria. Si no siguen estudiando es probable que se casen rápidamente.

Como está toda la familia involucrada en la ceremonia del casamiento (y sus patrimonios), esto genera altas expectativas y hace que el divorcio no esté culturalmente (tan) aceptado. Es un disappointment, que no muchos afrontan. Gran peso en la cultura la familia.

La mayoría de las tribus son matriarcados en Kenia (insisto con las dudas sobre la calificación).  En la época de los abuelos de James, las mujeres eran las principales proveedoras, constructoras de las casas, las principales trabajadoras. Es muy común todavía, en el interior, la imagen de hombres descansando y discutiendo. En Nairobi ya es diferente, sobre todo por el tema del empleo.

Actualmente están tratando de revertir la “negligencia” hacia las mujeres, con políticas de «empoderamiento» (¡qué palabra tan fea cuando traducida literal!), al menos en lo discursivo.

En la casa de James hablan kikuyu (de la tribu más grande) y mezcla de suajili.  Suajili es la lengua tribal más difundida. Es lengua nacional junto con el inglés.

Comidas.— Nada de lo típicamente keniano nos “voló la cabeza”. Arroz, legumbres, carnes, leche de coco, mucho picante… un pan hecho con una harina blanca con sabor y textura parecidos a los de la mandioca… La comida italiana, igual de rica que en origen.

Sí tienen exquisitas materias primas, de las que nos sacamos las ganas: frutas tropicales (mango, maracujá, ananá, coco, papaya… ¡ay, los jugos!), pescados sabrosísimos (catch of the day era uno de nuestros platos predilectos), mariscos (¡nos hartamos de comer pulpo!, pero también probamos cangrejo, langosta, langostinos, calamares, etcétera).

La comida no era nada cara, relación precio/calidad y contrastado con estándares occidentales y olvidándonos del cambio argentino.  Comiendo pescados y mariscos (aquí también usualmente los platos más caros), con cerveza y varias veces postre (por el helado de mango, por ejemplo) pagábamos promedio u$s 30 los dos. Algunas veces pagamos u$s 40, pero no más que eso.

El vino más barato (y, en general, malo), puesto en restaurante, cuesta u$s 20 para arriba. Los vinos buenos no bajaban de u$s 40.

La cerveza nacional es buena, sobre todo la Tusker Malt y la Guinness, que fabrican acá con licencia, muy buena. En restaurantes, la botella de 330cc ó 500cc (variaba), estaba u$s 3 promedio (a veces menos, a veces más). La Tusker Lager no tiene gusto a nada y otra buena es la Pilsner (así, como marca).

Playas.— Soñadas… arena blanca, fina, brisa constante que no levanta la arena, agua a temperatura IDEAL, un poco de algas, pero tolerable. De las mejores para hacer vida de playa. Watamu, como experiencia y sobre todo por el hotel Kobe, excelente. Diani, combinación equilibrada con lo local (Watamu puede llegar a ser muy italiano).

¿Argentina?.— Única, única referencia: “Messi” y, para algunos, “Maradona”. En varios casos no tenían idea ni de dónde quedaba. Pocos hablan aquí el español. Cuando decíamos que hablábamos español, venía el “España”. Nadie adivinó nunca de dónde veníamos.

Diani…

22 ENE 2019

Watamu – Diani

Aunque estaba previsto que Lucy (la taxista recomendada por James) nos pasara a buscar a las 10.30am, estábamos listos desde bastante tiempo antes. Así que cuando nos texteó diciendo que estaba en el parking, sin apuro, le contestamos con un inmediato “We are ready” y empezamos nuestro camino por la ruta Malindi-Mombasa en dirección sur.

Lucy tiene un auto pequeño pero súper cómodo (un Toyota Porte), ideal para transportar a dos personas. Ella resultó una gran conductora (tel. +254 721 587 460), más allá de que a esa hora, y a esa altura de la ruta, no hubiera tanto tráfico.

El paisaje se asemejaba a mucho de lo que habíamos visto: pueblitos de casas pobrísimas, muchísima gente a la vera de la traza, escuelas y… ¡muchos baobabs! Señal de que debía sacar mi cámara, alguna foto saldría bien:

¡Tan bellos! ¡Tan El Principito!

También había palmeras rebosantes de cocos, castaños de cajú y unas plantaciones de sisal, importantísimas en extensión.

Gran predominio de mezquitas

y sus escuelas

por sobre iglesias cristianas,

al menos en esta región, y tanto más cuanto nos acercábamos a Mombasa.

Pasamos por dos grandes ciudades, Kilifi y Mtwapa, y por sus puentes que sobrevuelan entradas del mar.

Como íbamos pegados a la costa, de repente aparecían grupos de resorts de playa u hoteles. Nos llamaba la atención que cada tanto diéramos con grupos de motociclistas esperando

Lucy nos explicó que están en las paradas de los buses, para ofrecer a quienes se bajan otro traslado hasta sus casas o adonde todavía deban ir.

Algo de lo que aún no había escrito (creo) es de la precariedad de la publicidad callejera y de la señalética. Incluso los carteles “oficiales”, ¡dan pena!, apenas pintados, muchas veces sin maestría ni prolijidad

Las mujeres sí que tienen maestría en el arte de caminar con carga sobre sus cabezas

ropa, comida, ¡bidones con agua! (¡gran tecnología el bidón plástico! ¡qué cambio en la calidad de vida para esas mujeres, que ahora podían mandar a sus hijos pequeños o jóvenes a buscar el agua y no cargar con vasijas de barro!). Y hablando de agua, otra vez, vital:

Y hablando de mujeres, otras trabajando en oficios duros y sucios, como la venta de carbón

o algo de lo que había leído mucho: los bancos de microfinanzas, con préstamos pequeñísimos que confían ¡a las mujeres!, como mejores administradoras y mejor garantía de devolución:

Más negocios…

este otro, ¡precioso!

y el típico modelo de “centro médico”

o “consultorio odontológico”

¿Iríamos? ¡Y me faltó poder sacar foto a una farmacia!

Ya llevábamos más de dos horas y todavía debíamos cruzar Mombasa, con sus suburbios caóticos

Por el norte, entramos por un puente que desemboca rápidamente en las zonas que habíamos visitado. Lucy no daba crédito. You came alooooooooone? No guide? Mucho menos podía creer que le fuéramos señalando los lugares: acá el mercado de especias, doblando a la izquierda se va a Fort Jesus, esta acá es la Avenida Moi y, más allá, los famosos colmillos… Ya era el mediodía y esa zona estaba hirviendo de autos, tuk tuk, matatu y todo tipo de carros ¡y gente! ¡muchísima gente!

Al entrar en la zona de embarque del ferry (única posibilidad de vínculo de la isla de Mombasa con el sur) Lucy dijo “no film, no camera”, así que cumplí. Mucho más ante la mirada dura de la policía, que nos paraba a cada rato. El ferry va atestado, pero no tuvimos ni que esperar. Dura nada… parece que los chinos ya se están ocupando del puente, que vinculará directamente la zona del aeropuerto.

Antes de la 1pm ya estábamos en nuestro destino, Ocean Village Club, en la playa de Diani. Los kenianos aman Diani. Un italiano nos dijo que, comparada con Watamu, era “más África”. Son kilómetros y kilómetros de arena blanca y fina como polvo, lleno de hoteles, resorts, restaurantes, chiringuitos y puestos diversos. También hay un par de centros comerciales con supermercado, bancos, souveniers, bares.

Nuestro alojamiento es muuuuuuuuuy lindo, con un parque soberbio y habitaciones inmensas y confortables,

con unos porches con vista a ese mar increíble.

He aquí la playa desde el hotel

y parte del parque y de la recepción

La única contra que le vemos a Ocean es que son un poco quisquillosos… la habitación está llena de “advertencias” y, lejos de avisarlo antes de la reserva, uno se entera luego que la etiqueta para la cena es “pantalones” (no jeans, para ellos) y zapatos cerrados. De más está aclarar que Mario tiene un jean, su todo-terreno-de-años-pantalón-Columbia-re-que-te-sucio y pare de contar. Ni qué hablar que solo tiene un par de zapatillas y las Crocs.

Enojadísimos, nos hicimos los rebeldes y nos fuimos a cenar a un chiringuito súper valuado en Tripadvisor. ¡Pena que no había langosta! Sirven solo la pesca del día, así que un pescado grillado y cantidad de langostinos. Sencillo, pero sabrosísimo, sobre todo con esa salsa a base de leche de coco.

Fuimos en Uber y volvimos en tuk tuk.

De noche, el resort luce increíble, sobre todo con esa luna

23 ENE 2019

Diani

Más o menos temprano empezó la rutina de caminata por la playa y luego desayuno. ¡Ups! ¡con espumante! 😉

Pescado ahumado, fiambres, quesos (algo insólito aquí), huevos de todo tipo, frutas deliciosas, yogur de mango… ¡una fiesta!

Estamos reconsiderando nuestra cabroneada y esta noche intentaremos cenar aquí. Por suerte, el jean de Mario es bien azul, así que intentaremos que pase… ja ja.

El día se repartió entre lectura, visita al supermercado a comprar agua, dentífrico (le calculé mal) y otras pavadas, y el mar… ¡qué temperatura alucinante! ¡y qué lindas olas a la tarde! Hermoso.

Mientras leíamos, ¡el animalito que nos faltaba!

además de los monos que, cada tanto, se aparecen por alrededor

Belloooooooooo

Watamu (III)

21 ENE 2019

Watamu

El domingo 20 estábamos de salida y se habían terminado nuestras reservas de hotel. Ya unos días antes habíamos decidido que 6 noches en Diani sería mucho; además, Watamu nos había encantado. Lamentablemente, no había disponibilidad para quedarnos en Kobe, así que reservamos dos noches en Mawe Resort, al norte del pueblo de Watamu, a sabiendas de que no sería igual…

Un taxi nos llevó desde el extremo sur de la playa hasta el extremo norte. El lugar tenía su encanto… con un parque precioso, una linda pileta

y un balcón al mar alucinante

El único tema fue que prometían algo que, en definitiva, no era. Habiendo disponibilidad (y distintos precios), elegimos la habitación con vista al mar. La vista al mar es menos de una cuña y siempre que uno esté parado. Embaucados en eso. Ellos mismos lo reconocen aunque la “manager” nunca apareció. En fin, haremos nuestro descargo en booking.com.

Hay lindos lugares para descansar e, incluso, protegerse del sol

El hotel no tiene playa. Hay una bajada al mar desde la que se puede caminar hasta la playa durante la marea baja (que dura hasta 1.30pm aprox)

Nos quedamos leyendo hasta las 3.30pm y nos fuimos caminando por afuera (se hace bastante más largo, porque hay que salir hasta la ruta principal y volver a entrar) para reconocer la playa

Más allá de no ser tan linda como la del sur, tiene su encanto con todas esas formaciones rocosas enfrente y, sobre todo, con el paisaje brutalmente distinto entre mañana y tarde.

También es notoria la diferencia de públicos: si bien hay muchísimos italianos, el «local» se mezcla mucho más, no sólo por la presencia de los lugareños en la vida de playa, sino incluso de turistas kenianos.

El kite surf también abunda por aquí y nos quedamos viendo cómo armaban el equipo

Volvimos al hotel y nos quedamos otro rato en el “balcón”… placer ver el atardecer desde allí

¡Y esa luna!

Cenamos ahí mismo, bien, nada memorable.

A la mañana siguiente nos dispusimos a bajar por la escalerita y caminar por abajo hasta la playa. Estaba nublado y no podíamos creer los reflejos del cielo, el agua, la costa, ¡y sólo teníamos mi teléfono!

Volvimos para desayunar y cargamos nuestros bártulos para volver a la playa. La marea baja nos permitía ir hasta playas “internas” y adentrarnos bien en la zona de los islotes

La fotografía era una tentación

no exenta de sorpresas, como esta estrella de mar inverosímil (¡parece de goma eva!)

Pasado un buen rato, volvimos a la costa y nos acomodamos en dos poltronas

Mientras la marea subía y teníamos otra vez playa con agua, leíamos nuestros libros. Terminé Ébano, muy a propósito de este viaje (tenemos pendiente ver un documental que nos envió Miguel Ángel sobre la vida del reportero), muy bueno, y me decidí a recomenzar La parte inventada, de Rodrigo Fresán, llevado a pésimo ritmo en Rosario y cuyo comienzo me había encantado.

Al lado nuestro, varias mujeres charlaban horas y horas animadamente

Y mientras tanto, la vida en la playa continuaba. El mar estaba alto y llegaban los botes con pescados y, con ellos, el turno para que nuestras mujeres dejaran de charlar y se pusieran a limpiarlos. Justo para las fotos…

Poco antes de las 5pm retornamos. Esta vez, volveríamos a cenar al pueblo, nos faltaba probar otro recomendado: Amici Miei. Pedimos un tuk tuk y allá fuimos, a encontrarnos con un restó increíble. Desde la calle principal de Watamu no dice mucho, en cambio el patio interior es bellísimo, muy agradable. Cenamos delicioso… pizza Amici Miei

y ¡otra vez! pulpo (nos estamos sacando las ganas) con crocantes sobre crema de papa y cebollas… ¡ay!

Mañana… mañana nos espera Diani.

Watamu (II)

19 ENE 2019

Watamu

El descanso está haciendo estragos en el orden de mi diario. Recién repasé la última entrada y decidí abandonar un poco la secuencia cronológica.

Los días en Kobe Suites Resort pasan muy placenteramente: nos levantamos a las 7am, poco rato después ya estamos haciendo nuestra “caminata en patas por la playa” de algo más de una hora, protegidos del sol que aun temprano pica lindo.

A esas horas el mar está retraído, de un color azul plateado, con zonas desdibujadas de la arena blanca y finísima.

Nos animamos con charlas variadas mientras saludamos alternativamente con buongiorno o good morning o jambo! Otros caminan como nosotros y algunos parecen haber dormido toda la noche allí, porque el día anterior los cruzamos en el mismo lugar y nos ofrecieron la misma baratija. No obstante, no hay la menor sensación de acoso en esos vendedores y buscavidas. Do you want to make a tour? Would you like kite-surfing?, y no mucho más.

Alrededor de las 9am estamos devorándonos un desayuno suculento, con jugos, frutas, panes, quesos y huevos. Estamos siguiendo el consejo de desayunar como reyes y, la verdad sea dicha, sienta muy bien.

Antes, ya pedimos un par de toallas de playa para reservar unas buenas poltronas bajo árboles y gran sombrilla. Allí nos pasaremos el día… ¡entero!, hasta las 5pm (el primer día), las 4.30pm (el segundo)… Cada tanto un chapuzón al mar, una vuelta a sacar algunas fotos, como éstas:

y otra a chusmear las pinturas y las artesanías. De vuelta a la poltrona, nos sumergimos en ese placer esquivo durante el año: ¡la lectura de “algo” que no sea derecho o los diarios!

Devoré Patria, de Fernando Aramburu. El ritmo de ese libro es magnífico; la trama, cruda e intrigante, una más sobre las grietas de nuestros países. Quizá se puedan criticar algunas perspectivas del autor, ¡pero qué bien escrito, cuánta invitación a pensar y qué atrapante! Feliz.

Mario terminó a su Nobel egipcio, sin tanto entusiasmo, y ya se zambulló en una de Ken Follet. A gatas si hablamos.

Por mi parte, me decidí —¡ay! qué pena que no antes, pero tampoco es tan tarde— por una crónica de un reportero polaco sobre sus múltiples y apasionantes viajes a África, desde fines de la década del ’50 (Ryszard Kapuscinski, Ébano). Estoy fascinada no solo por el relato de sus vivencias, sino por la explicación que encuentro a algunas cosas que no entendía o los huecos que llena de la historia relativamente reciente y trágica de estos países africanos: demarcados arbitrariamente por las potencias europeas a fines del s. XIX (Carta de Berlín), el movimiento independentista los liberó del poder colonial pero balcanizó sus luchas intestinas, reabriendo heridas entre tribus enemigas y artificialmente unidas. Los conflictos armados (aunque en algunos casos fuera a machetazos o piedradas) no se hicieron esperar. Lo propio en aquellos países en que se habían establecido grupos de comerciantes extranjeros, árabes, indios o paquistaníes.

Así que a la euforia por la libertad —que no trajo todas las promesas de bienestar y que, en algunos casos, se limitó a cambiar una élite extranjera por otra local (tan parasitaria y bon vivant como la primera, y encima corrupta y violenta con sus propios congéneres)— le sucederían las guerras fratricidas y la tradición de los golpes de estado… en medio de la guerra fría. Y por si todo esto fuera poco, el hambre. ¡Qué buen libro! ¡Qué interesante poder leer esto justo ahora!

Las crónicas son muy variadas y van desde los episodios históricamente importantes, motivo de sus reportes internacionales, hasta detalles de su vida cotidiana en estos países.

Algo que nos llamó mucho la atención en Lamu, pero que luego de leer esto veríamos reflejado en otras ciudades o pueblos a la vera de la ruta, fue la “vida” en las calles. Esa sensación de que “está todo el mundo afuera”, todos “viviendo” en la calle. Y cierto, tampoco es tan difícil de imaginar. Las clases pobres —y aun las no tanto— viven en casas diminutas, de barro, sin contrapiso, sin ventanas o con algunas muy pequeñas, sin ventilación. El calor y los olores han de ser intolerables allí adentro, así que apenas sirven de refugio de los bichos u otros peligros mayores o de las inclemencias de la lluvia para poder dormir, sobre esteras, claro.

El poder adquisitivo y la importancia social se miden en metros cuadrados de las casas, en alto de los techos y, sobre todo, en aplicación de legendarias tecnologías sobre la circulación del aire y la retención de las temperaturas agradables. La persona más importante descansa en la habitación más ventilada y fresca.

No sorprende, entonces, que las mujeres cocinen, cosan, vendan, hablen y laven afuera: en “eso” que queda entre la casa y la otra casa, o la casa y la ruta; obviamente no hay veredas. Nadie quiere entrar a una casa durante todo el día.

Otra cosa interesante es la aparición tan tardía de la rueda en África subsahariana. En las zonas rurales casi no arrastran y cargan cosas en carros. Lo habitual es ver a las personas caminando (son grandes caminadores: a la escuela, al trabajo, a la búsqueda de “algo”) y particularmente a las mujeres, niños y jóvenes, cargadísimos (bebés a cuesta, palanganas en la cabeza, con ropa o mercaderías, un bolso en cada mano). Los caballos y los camellos no entraron, diezmados por la mosca tse tse. Así que toda esta zona fue, hasta entrado el siglo XX, puro “senderos”, sin rutas y sin vehículos de cualquier tipo. Por lo demás, el “senderismo” explica también esa imagen del africano caminando en fila india, y su mutismo (en fila india no se puede hablar).

En general, las ciudades más desarrolladas están en la costa. El colonizador no se animaba a adentrarse en un continente cuya imagen era la de animales salvajes que lo deglutirían o las enfermedades y pestes que le darían muerte fulminante. Se sentía más seguro con sus barcos pertrechados (el africano apenas si podía armar una canoa) y con los fuertes que podía construir en la costa.

Fue así que el interior quedó “desatendido” y, luego, comparativamente deshabitado, con la venta de esclavos y las sucesivas epidemias fatales.

Aunque es muy claro que no hay una “África” ni algo así como el “ser africano” (al menos, conglobante de todo el continente), la organización social sigue patrones más o menos parecidos, y lo que leo ahora coincide con la rudimentaria explicación de la visita al pueblo masai. La sociedad es colectivista, el núcleo fundamental es la familia que, junto con otras familias extensas (abuelos, primos, sobrinos, en varios grados) forman el clan. El clan tiene un jefe y un consejo de mayores, que puede quitarle tal carácter. Entre los miembros del clan rige un riguroso tabú de incesto, severamente castigado en caso de ruptura. Varios clanes forman una tribu, que ahora tiene un rey y otro consejo de mayores. Es en esta estructura social y entre clanes donde se suceden los conflictos, a los que las armas occidentales han añadido atrocidad.

El drama de la esclavitud, con un estimado de 60 millones de negros vendidos a Europa y todas las Américas, permea gran parte de la cultura, de los hábitos sociales y sobre todo de la psicología de estos pueblos. El karma de la “raza inferior” es algo que pervive desde lo más profundo de sus sentimientos. Es interesante hacer coincidir el nacimiento del espíritu independentista con el fin de la II Guerra, momento en que el negro africano vio, por primera vez, a un “par” blanco del ejército británico o francés o alemán, denigrado, vencido, muerto, muerto de miedo, escuálido de hambre y frío… vulnerable. ¿No era que eran superiores? La imagen del europeo en África se desplomó.

Bueno… en esas ando, leyendo crónicas y experiencias interesantísimas que vienen muy a cuento de lo que estamos viviendo.

El primer día completo aquí (el jueves 17), no nos movimos del resort. Playa, poltrona, playa, poltrona… ducha, cena. La comida del restaurante es magnífica y accesible (diría que con precios internacionalmente muy acomodados, para el lugar, la calidad de la comida, la atención, etcétera). La segunda noche Mario repitió pulpo grillado y yo comí una pasta (cuyo nombre no puedo repetir, obviamente en italiano) con langosta, cangrejo, langostino…¡no faltaba ninguno!

Al día siguiente decidimos “salir” al pueblo de Watamu. A eso de las 5.30pm nos pedimos un tuk tuk y allá fuimos

El pueblito es mínimo, pero muy animado. Lleno de boliches de ventas de souveniers, vituallas, restaurantes italianos, heladerías ídem, casino, bares, discos.

Compramos un par de chucherías, hicimos tiempo hasta las 7.45pm aprox y nos decidimos por la Hosteria Romana, con buena reputación en Tripadvisor. Estábamos decididos a comer pizza, pero el plato del día (gnocchi with crab sauce) nos tentó, así que fue uno y uno, compartidos para probar todo 😉  ¡Cómo serían las ganas que solo después de comer más de la mitad de los platos caímos en la cuenta que no habíamos cedido en nuestra nada refinada tentación de sacarles fotos…! 🙁

Poco después de las 11pm nos vence el sueño, felices con la rutina de playa.

Hoy sábado la repetimos, todo el día en Kobe. Tenemos la sospecha que las playas por venir no serán tan paradisíacas como ésta (sobre todo, la posibilidad de largas caminatas), así que decidimos aprovecharla al máximo.

Estoy escribiendo en un lugar sí que privilegiado

y más allá juegan los niños en la playa,

los kitesurfers se divierten con sus piruetas,

corre una brisa sensacional y nos dimos varios baños de mar sin comparación.

Felices 🙂

Watamu (I)

16 ENE 2019

Lamu – Watamu

El título debería incluir un “coma, finalmente”. Sucede que llegamos al aeropuerto de Lamu y la primera noticia fue que el vuelo a Malindi de las 11.10am estaba demorado unos 45’. Cuando ya sacábamos cuenta de que los 45’ estaban agotándose, Mario fue a preguntar y estaba canceled. ¿Y ahora? Bueno, nos subirían a otro de las 5pm. Total, 7 horas de amansadora en el aeropuerto. El malhumor nos impidió hacer lo que otros: tomarse el barquito a Shela, disfrutar de la playa, una buena comida y a otra cosa. Nos quedamos estoicos en el aeropuerto, con nuestros Kindle y la lectura, con el pollo con papas fritas que nos trajeron a eso de las 2pm y otros varios impenitentes como nosotros. Mucho calor. Pasó.

Creo que no destacamos lo suficiente la felicidad de haber estado y disfrutado Lamu. Es un lugar tan distinto, desconcertante, amable. La gente luce contenta y animada, todos con una sonrisa y un Jambo! a cada rato.

Ni qué hablar de Jamala Guest House… amoroso quien nos servía el desayuno, nos acompañó con las valijas hasta el bote, nos dedicó su mejor sonrisa al despedirnos. Altamente recomendable, difícil encontrar una relación precio-calidad semejante (para decirlo de una buena vez, estamos hablando de u$s 40 la noche… ¡insólito!).

Desde el aeropuerto nos habíamos puesto en contacto con “Federico Bertoni” (¿italiano?), el responsable del Kobe Suit Resort, otro de nuestros pequeños “lujos” en este viaje. Ya estaba al tanto de la cancelación del vuelo; el taxista que nos esperaría también.

Esta zona (Malindi y su mejor playa, Watamu) está llena (literal) de italianos. De más está decir que me siento en casa, grazie, prego, y pizza-pasta-pasta-pizza, ja ja.

Kobe está “en la mejor playa de Watamu” (o eso dicen todos), bien alejada del pueblito. Watamu es, a su turno y según dicen todos, «la mejor playa de Kenia». Llegamos bien pasadas las 6.30pm y se nos pasó toda la mufa… ¡un paraíso! Nos tomamos el jugo de mango de bienvenida

y Federico nos guió hasta nuestra habitación, ¡gigante!

(Totalmente movida, pero para que se vea el enorme balcón)

Todo es bello…

Además de la mufa, nos sacamos la mugre, así que luego de duchados nos fuimos a cenar en el restaurante del propio hotel. Patas sobre la arena… ¡y deliciosa comida italiana! Comimos pulpo grillado sobre hummus ahumado y pesca del día grillada con guacamole. Casi morimos con ese pan crocante llamado carasau, típico de la Cerdeña. Todo el pan es casero, con aceite de oliva italiano, ¡de nuevo en casa!

[Como se ve, Mario totalmente recuperado]

Dormimos como los dioses y esta mañana, alrededor de las 8am, salimos a caminar por la arena, uno de mis placeres más grandes en la vida (“caminar en pata por la arena, al lado del mar”). El Índico es in-cre-í-ble… y esa arena blanca y bien firme, ideal para largas caminatas.

La playa es muy animada, con una feria de arte y de artesanías

y kite-surf durante buena parte del día

Las instalaciones del hotel son muy bellas…

con dos piletas de agua salada

Desayunamos tarde (9.15am, luego de nuestra caminata), con delicias de panificación italiana.

Nos pasamos todo el día leyendo, ¡atrapadísimos!, con algunos baños de mar en medio, incomparables con muchos otros (la temperatura del agua era la ideal, la transparencia, esos turquesas/verdes/azules alrededor, ¡duele de lindo!)

¡Esto era el descanso! ¡Y ésta, otra África! Nos dicen que no sólo hay ahora muchos italianos radicados o con casas de descanso aquí, sino también británicos. El hotel está lleno. Teníamos reservadas solo cuatro noches, así que ya veremos cómo sigue nuestra estancia. Estamos viendo de quedarnos dos días más en la zona y luego terminar con cuatro noches en Diani, más cerca de Mombasa desde donde parte nuestro vuelo.

Una de las playas más hermosas en las que hayamos estado.

Lamu (III)

15 ENE 2019

Lamu

en-lamu.m4a

Amanecimos una vez más con el llamado a la oración y dormitamos un par de horas más, dándole vueltas a los múltiples ruidos de la calle. Lamu es pura ebullición, vitalidad, calles animadas y más.

Bajamos a desayunar y nos sumamos a la pareja recién llegada que nos disparó: “¿Argentinos?”  Sí, claro, y ella misma argentina, él australiano, diríamos que más o menos de nuestra edad. Se habían conocido en Chile, habían vivido varios años allí hasta que se decidieron, vendieron todo y… ¡a recorrer el mundo en una moto BMW! Y sí que lo recorrieron… perdimos la cuenta de los países en los que estuvieron pero suman decenas y de los más inimaginables (incluido Irán, por ejemplo, o Paquistán varias veces, o Mongolia). No tienen hijos y hace ya varios años que tienen la rutina de viajar unos 4 ó 5 meses, volver a Australia y/o a Argentina por unos 2 meses a visitar a las familias y luego sentir la picazón de volver a salir. En algunos lugares dejan la moto, por ejemplo ahora (la dejaron en Malindi y volaron hasta acá) o en Alaska, por el frío. Poco antes estuvieron en Etiopía (uno de nuestros destinos elegibles en África) y lo que contaron fue espeluznante… pobreza extrema, escasez de agua potable, niños con las panzas hinchadas por las bacterias, luchas fratricidas entre tribus portadoras de armas alucinantes, ebullición política por un nuevo gobierno “limpiando” la corrupción del anterior e intentando recuperar lo robado, cárceles superpobladas… En comparación, Kenia es el paraíso, aunque aquí también pasen cosas de las que no nos enteramos (por ejemplo, en noviembre secuestraron a una chica italiana de una ONG cerca de Malindi y no se sabe nada de ella; aparentemente han atrapado a una mujer de una tribu a la que estarían «apretando» ¡ay! para sonsacarle qué fue de la italiana… serían somalíes). Quedamos anonadamos, porque habíamos pensado seriamente en Etiopía. ¡Menos mal! No creo que nos lo hubiéramos podido bancar.

[Releo esto después de saber del atentado en Nairobi y no lo puedo creer… lo había escrito antes]

Ellos salieron para Shela y nosotros arreglamos con Badgi para un tour en barco esta tarde a las 4.30pm.

Mientras tanto, nos dispusimos a leer y a escribir tranquilos. Antes del mediodía ya estábamos otra vez disfrutando de la animada vida callejera de Lamu. La verdad es que uno podría quedarse simplemente a observar…

Todavía teníamos pendiente el Lamu Museum, muy instructivo de la vida de la región y de su gente. Con la precariedad que es dable imaginar en un museo de un lugar como éste, tenía buena información histórica.

Así, nos enteramos que Lamu lleva 700 años de continua población y es el único asentamiento suajili original. Un mapa casero da cuenta del comercio con Arabia, Persia, India y China desde ese mismo tiempo, al calor de los monzones que dirigían las empresas navieras. Ellos les exportaban marfil, postes de manglares y maderas esculpidas.

Otra parte importante del museo está destinada a distinguir entre las famosas puertas talladas: rosetas, flores de lis, escamas de pescados, cadenas, floreros, mitos y motivos de un pueblo muy supersticioso, como el suajili, que contaba historias a través de sus puertas.

La reproducción de una cocina típica en una de las salas exhibía la influencia india y árabe, rica en especias y condimentos (jengibre, ajo, coriandro, tamarindo, leche de coco, clavo de olor). Una comida típica suajili es el arroz cocido en leche de coco con una buena porción de carne o pescado. Grandes celebraciones estaban asociadas con la comida (nacimientos, casamientos, funerales) y lo mismo con el cierre de transacciones, se celebraban con comidas.

También había un espacio para mostrar distintos tipos de kangha, esa tela que utilizan como polleras, chales, velos, turbantes o, incluso, para llevar al bebé o cargar algo pesado o esconder objetos valiosos. Todo un arte la impresión de esas telas con patrones de cuadrados, círculos, tiras, castañas de cajú, mango, flores y hojas o, incluso, mensajes escritos.

Finalmente, nos interesó la historia de las cofias que usan los hombres, originarias de Iraq, introducidas por el comercio a África del Este y, aquí en Lamu, hechas de tela de algodón y bordados, cuanto más sofisticados, más caras y más importante la persona que la lleva(ba).

La terraza del museo también era interesante, porque permitía lindas vistas de la mezquita

o el balcón mismo

o la vida que pasaba ahí abajo…

Y hablando de niños, más de ellos y de sus uniformes y de las escuelas…

¿No es todo emoción?

Y más de estos protagonistas importantes de las islas:

con santuario y todo 😉

Un placer recorrer nuevamente el pueblo, no nos cansamos de caminar y de meternos en bolichitos de todo tipo… aquí, arte en flip flops (reciclan ojotas y restos de zapatillas, impresionante)

Volvimos al hotel con tiempo para descansar un ratito y luego salir para la excursión en dhow… A las 4.30pm puntual nos pasó a buscar nuestro capitán y caminamos hasta el puerto donde estaba la embarcación y su hijo (ambos tenían nombres musulmanes que no pudimos identificar ni, mucho menos retener). Nos metimos con las patas al agua, ¡y arriba de la dhow!

Navegar sin motor es un placer inmenso, ¡silencioso! Una maravilla. Dimos una gran vuelta por entre la isla de Lamu y la de Manga, con imágenes preciosas del mar, de otros barcos, de la costa…

¡Por fin vimos baobabs! (un poco lejos)

y los famosos manglares

Y lo prometido, el atardecer…

Llegamos de vuelta al hotel después de más de dos horas de navegación. Mario se duchó primero y cuando yo estaba terminando lo propio lo escucho hablar con la pareja vecina… ¡Atentado en Nairobi! ¡en un hotel de lujo a 15 cuadras de donde habíamos estado parando! La verdad, quedamos desasosegados, pero listos para intentar racionalizarlo: ya pasó, ya no volvemos a Nairobi, en París y en Nueva York estas cosas pasan igual, en Rosario peor… en fin.

Fuimos a cenar (pescados y mariscos, otra vez, ¡con arroz con coco!, deliciosos)

(Prueba de vida y de salud de Mario)

y aquí estoy, tratando de despabilarme del tema escribiendo.

Feliz, por lo demás, porque acabo de hablar con mi mamá, recién vuelta del crucero con sus nietos y con una sobredosis de excitación descomunal… no habló más que de ella y de lo bien que lo pasó. Ma-ra-vi-llo-so.

Lamu (II)

14 ENE 2019

Lamu

Best tamarind and ginger juice ever! Efectivamente, una delicia el jugo de tamarindo y jengibre, con ese picor característico. Parece que tiene muchas propiedades medicinales, así que nos lo tomamos todo. Y un bol completo de banana y mango, ¡ay, qué rico! Descartamos los huevos, nos quedamos con las tostadas y todo listo para disfrutar nuestro día de playa.

La mayoría de los turistas para en Shela y viene a Lamu Town de visita; nosotros haríamos al revés.

Antes de tomar el bote a Shela, pasamos por un banco a cambiar dólares a chelines kenianos (kenian shillings o, más comúnmente, KES). Lo mejor es sacar plata en cajeros automáticos o cambiar en bancos; nos dieron 99.8KES por cada dólar, así que estuvo muy bien. El dinero local se va bastante rápido en propinas, agua, transporte (taxi, bote, etc.). La cena de anoche la tuvimos que pagar en efectivo; la de esta noche (en el restaurante más lindo del pueblo) con tarjeta, sin problemas.

También pasamos antes por la oficina de fly540.com, la empresa aérea con la que volaremos mañana a Malindi, tanto como para chequear que estuviera todo OK con el ticket que compré por internet. Impresionante la cantidad de empresas low cost que conectan el país.

No hizo falta buscar el bote demasiado: cara blanca = turista = boat to Shela?

Así que allá fuimos con el que nos cayó inmediatamente bien. Nos llevaba solos (en principio) por 500KES (el viaje compartido es 100KES por persona, 1 dólar). Ahí venía nuestro transporte:

y la verdad es que disfrutamos ese suave paseo por el Índico

Nuestros compañeros de viaje nos dijeron que ese edificio enorme era un hospital, bancado por Arabia Saudita, según bien me recuerda Mario

y que esa otra casa, inmensa, era de los dueños del hotel Lamu House (sí, el mismo en el que finalmente no paramos).

Las dhows, embarcaciones características con una vela triangular y ahora también con motor, son preciosas y le dan ese marco especial al lugar

Ya llegando a Shela se divisaba el pueblito, con lindas construcciones

pero lo primero era ir hacia la playa, para darnos el tan deseado chapuzón… el día estaba increíble, el sol picaba bastante, así que nos refrescamos lindo

Son 12km de playa de arena blanca y virgen;

nadie nos supo decir qué estaban haciendo en ese “fuerte” ¿recuperado? ¿construido? Tampoco que hubiera tanta gente… solo una pareja de (presumiblemente) italianos y luego dos hombres mayores dándose un baño de mar y caminando.

[Más tarde repasaría la Lonely Planet para enterarme que The Fort es un hotel en el medio de la nada, en el que hay solo ciertas horas del día con electricidad, cuesta u$s 215 la noche… ¡con paseos nocturnos con linternas!]

Ni sombrillas, ni poltronas, ni carpas, ni sillas; antes bien, más pastores con su ganado o con los burros

Aparentemente, hay sombrillas y poltronas en la playa de enfrente, Diamond, donde incluso hay resorts internacionales para alojarse.

En Shela la arquitectura es más cuidada (para nuestro sentido estético, claramente) y lucen muy lindos los muros de piedra y coral

Volvimos al pueblo de Shela en busca de agua y de algo para picar; dimos con un bar con mucho encanto, aunque con una moza desangelada. Nos sirvió con poca gana el agua, un jugo de lima, chapati (un tipo de roti o pan indio) y unas papas fritas originales (eran como unos pedazos de papas aplastadas y blanditas por dentro, fritas como torrejas… Marito va incorporando de a poco 😉 )

Nos volvimos a la zona de la playa. Por la dirección del sol ahora teníamos sombra contra unas palmeras, así que allí nos ubicamos para nuestra lectura (Mario le encaró al Nobel egipcio Naguib Mahfuz, Palacio del Deseo… enganchadísimo; yo, atrapada por el magnético relato de Patria, de Fernando Aramburu) y para unas incursiones intermitentes al mar.

Eran más de las 4pm cuando decidimos volver a pie (son apenas 3km de costa), entre otros caminantes, mujeres con sus bui buis (apenas si se les ven los ojos tras esos trajes negros, debajo de los cuales —además— tienen unos coloridos vestidos largos hasta el piso… ¡con este calor!), niños saliendo de la escuela, jóvenes… y desafiantes motocicletas taxis (conductores enojados porque decidimos caminar, nos tiraban la moto encima), bosta de burros y vistas hermosas del mar.

Llegamos a Jamala con ese cansancio agradable: caminata, arena y sal en el cuerpo, pelos asquerosos, ¡pero recargados de energía!

Luego de una buena ducha me puse con el diario. Las 7.40pm era buena hora para ir por nuestro restaurante 5*: Moonrise. No defraudó. Ambiente muuuuuuy occidental, comida cuidada (nos avisaron amablemente que no tenían crab ese día, pero que había King prawns). Mario comió un tuna steak con puré, ¡delicia!; yo unos seafood spaghetti, ídem. Acompañamos con vino blanco sudafricano, más que decente. Qué ricoooooooooooo y que lugar tan placentero.

Cuando volvimos a Jamala, la habitación de al lado (que hasta el día anterior estaba ocupada por una pareja de rusos) tenía nuevos pasajeros. Era temprano y nuestra habitación estaba calurosa todavía, así que nos acomodamos en nuestro sofá de la galería a subir fotos, publicar la entrada del blog, leer… Segundo hermoso día en Lamu.

Lamu (I)

13 ENE 2019

Mombasa – Lamu

Luego de un desayuno bien frugal, James nos pasó a buscar para llevarnos al Moi International Airport. Allí tomaríamos el vuelo de Mombasa a Lamu, en la costa norte de Kenia.

Siguiendo las advertencias de James (de Alliance Destinations)—ratificado por la Lonely Planet— no era nada aconsejable llegar a Lamu por tierra. Así fue que saqué pasajes por internet en Skyward Express Ltd. (u$s 59 cada uno). No hacía falta confirmación del vuelo, no había web check-in… ¿estaría el avión?

¡Por suerte, todo en orden! Allá fuimos,

tampoco se trataba de un avión tan pequeño

Las imágenes desde el vuelo presagiaban las bellas costas del Índico

Aterrizamos en el aeropuerto de la isla de Manda, una de las siete integrantes del archipiélago de Lamu.

La zona es una de las más exóticas de toda la costa keniana, mezcla de influencias culturales de los varios pueblos que se tentaron con su belleza: los suajilis (mayoría local aquí), los portugueses, los omaníes, los británicos, los indios, los italianos… gran diversidad y, a diferencia de Mombasa, gran resultado de la amalgama.

La Lonely Planet no se equivoca cuando afirma que “el archipiélago de Lamu atrae con sus laberínticas aldeas suajilis, un ambiente bohemio de artistas y yoguis y la promesa de aventuras acuáticas mientras se navega entre las islas en un dhow tradicional”.

Dentro del archipiélago, el destino más popular entre los turistas es la playa de Shela, en la isla de Lamu, con alojamiento, restaurantes y negocios más al estilo internacional, y después viene Lamu Town, el propio pueblo de Lamu, en la misma isla, más pintoresco y con más vivencia local. De más está aclarar que elegimos Lamu Town; queríamos que este lugar funcionara como eslabón intermedio hacia el próximo, que será de puro descanso y playa, en un lindo hotel sobre la playa. Lola y los Dall’Aglio nos entusiasmaron vivamente con el pueblito, así que allí pararíamos.

Con Lamu y las reservas de hotel me pasó algo gracioso (o que varios de quienes me conocen dirían que me pinta de cuerpo entero… ¡ay!). Estaba a punto de contratar un departamento en la Lamu House, muy recomendado y con altas calificaciones en todas partes, cuando encontré un alojamiento con 9.8 promedio, 9.9 ubicación, comentarios del estilo “best tamarind and ginger juice ever!” y no sé cuántas cosas más… las tres noches que planeábamos quedarnos al precio de una noche del otro departamento… ¡me saltó la piamontesa inmediatamente!, así que aquí estamos, en Jamala Guest House, atendidos por el solícito Badgi, quien nos mandó a alguien a buscar al aeropuerto

para cruzarnos a Lamu. Lindas vistas de este pueblito medieval a medida que nos acercábamos a su costa, con antiguas casonas que empiezan a restaurarse, protegidas por la Unesco.

Llegamos 🙂

Nuestro alojamiento no nos defraudó… era más lindo que en las fotos, una vieja casona restaurada con elegancia minimalista. Cero lujos, parecía que estábamos en una película…

Conversamos algo con Badgi, quien tiene un barco y se ofreció a hacernos algunas excursiones, pero advirtiéndonos y supeditándolas en cuanto al tiempo. Era un día muy ventoso y el recorrido podía ser una tortura que ninguno disfrutara. Quedamos en que veríamos día a día y decidiríamos.

Efectivamente había mucho viento, ¡y caliente!, pero el pueblito era una tentación, así que nos acomodamos un poco y salimos a hacer el recorrido a pie sugerido por la guía.

Para empezar, habría que decir que en la isla no hay autos (o solo dos, el del gobernador y una ambulancia, sólo Dios sabe por dónde circulan…). Las calles son, en rigor, callejuelas, pasadizos

por donde solo pasan los burros, ¡cargadísimos o a punto de ser cargados!

y los sapiens… ahora también en las indeseables motos. Hay que andar con mucho cuidado, tanto por no pisar bosta de burro como de no ser arrastrado o asediado por un motociclista/taxista.

Pasamos por la plaza más grande del pueblo, donde hay un viejo fuerte en el que funciona una biblioteca

y conecta luego con el malecón

y bordeamos el puerto al que habíamos llegado

A cada rato sorprende alguna puerta suajili u omaní

Sacamos una foto especialmente pensada para Lola 😉

Y chequeamos la ubicación de los lugares recomendados por la guía para ir a cenar… uno de ellos, en el Lamu House en el que desistí de alojarnos 😉

Lo último que hubiéramos esperado encontrar, apareció… ¡un cine!

Y más detalles e imágenes atractivas: artesanías,

arquitectura

el mercado

Volvimos al hotel y me dispuse a trabajar en mi escritorio, muy cool

A eso de las 7pm nos fuimos a cenar a un restaurante más tranquilo, recomendado por Badgi, a la espera de que Mario esté bien recuperado y que pueda disfrutar de las delicias prometidas en Moonrise…

Dormir aquí fue una experiencia aparte… el llamado islámico a la oración es con unos altoparlantes de estadio de fútbol. A las 9pm fue el último y… ¡a las 5am el primero! Lejos de molestarnos, nos encanta, es parte de la experiencia tan distinta que vinimos a buscar.

A cada rato nos congratulábamos por haber elegido este lugar, lo pasamos realmente muy bien ¡y todavía nos faltaba la playa! Al fin…

Mombasa, otro viaje, otro país

12 ENE 2019

Amboseli National Park – Mombasa

Sábado intenso de emociones y percepciones… de repente, nos sentiríamos en otro país y en medio de otro viaje, totalmente distintos.

Pero vamos por parte… ¡finalmente apareció el Kilimanjaro! Primero, apenas saliendo de nuestra carpa en el Kibo Camp

y después, en varias “estaciones” del camino que nos conduciría a tomar el tren a Mombasa, nuestro próximo destino

Despedida en la intersección de rutas, dejando definitivamente atrás el Amboseli… ¡Bello!

Pero aun ya en una ruta de más entidad, ¡las jirafas se negaban a abandonarnos! El lugar tiene estas cosas, no deja de impactar todo el tiempo

A eso de las 9.10am llegamos a Emali, la estación de tren ultramoderna construida (al igual que el ferrocarril) por los chinos. El contraste entre el pueblo

y la estación era para una película

La despedida fue muy dura con ambos, pero particularmente con Gerard, con quien habíamos compartido una semana completa, de sábado a sábado. ¡Nos encariñamos muchísimo con este keniano alegre, padre de tres hijos, divertido en su economía de expresiones, enamorado de su país y de sus bellezas! Saudade…

Luego de pasar por varios controles de seguridad y de abrir dos veces la valija (todavía tenemos un vino español sellado, comprado en el free shop, esperando a que Mario recupere las ganas de tomarlo), llegamos con lo justo al andén:

Una vez más, el personal a cargo era numerosísimo, señal de bajos salarios: seguridad y orden, tanto en andenes como en trenes, azafatas, vendedoras de vituallas, personal de limpieza, un ejército de empleados.

El tren es maravilloso. Va a un promedio de 104km/h, por un camino muy bello de montañas, valles, el famoso parque nacional Tsavo (este y oeste, dividido por la ruta y la traza del ferrocarril mismas)… Vimos elefantes, búfalos, jirafas, cebras, gacelas…

El tren era otro espectáculo en sí mismo, lleno de niños traviesos pero no tremendos 😉

Aproveché el recorrido para escribir los diarios pendientes y los niñitos curioseaban y amenazaban con tocarme teclas de la computadora… por suerte les gustó más el monito de mi cartera 😉

Llegamos a Mombasa, la ciudad portuaria tan importante y segunda de Kenia de la que tanto hablamos. No más bajar del tren metí la pata con Uber… pedí un auto para llevarnos al hotel y resultó que James había llamado a su chofer de taxi de confianza en esta ciudad que apareció con un cartel. Lo confundí con el de Uber… y todo después fue un malentendido de terror… las maldiciones del otro chofer, mi inexperiencia con el sistema (no terminaba de cancelar el viaje)… me sentí miserable y supongo que me van a calificar horrible 🙁 … Ya fue. Nada más podía hacer.

Más allá del malentendido, estuvo bueno tener a este James (se llamaba igual; tel. 0711719939, su “empresa” unipersonal se llama Demange).

No más bajar del tren, la sensación fue la de estar en otro país, a punto de comenzar otro viaje. Para empezar, 34°C, calor agobiante y viento caliente. Pero lo más importante para esa sensación sería la mayoritaria presencia musulmana y de la cultura omaní (lo que entre nosotros llamaríamos “árabe”)… mujeres tapadas, hombres con sus gorros y sandalias, conmovedores llamados a la oración… Y una ciudad pintada toda de blanco y azul, ¡por ley! ¡para que luzca “limpia”!

El tráfico era caótico, entre otras cosas, por la desproporcionada presencia de tuk tuks y su deriva enloquecida. La ciudad era decididamente fea, más allá del interés que genera por el cruce cultural: suajilis y otros “locales”, portugueses, omaníes, ingleses… y la impresionante influencia de India y del hinduismo. ¡Dios, qué mezcla!

El hotel no estaba bien ubicado… esta vez me falló el instinto con la calificación de la ubicación y terminamos lejos de aquello a lo que un viajero viene: el casco antiguo, alguna concentración de rastros culturales u otra atracción. El look árabe del alojamiento tampoco ayudaba… En fin, estábamos “de paso”, solo haciendo noche para seguir al día siguiente a nuestro verdadero destino, Lamu, así que tampoco a tomárselo tan en drama.

Eran apenas las 3pm y poco… ¿qué haríamos encerrados o saliendo a una zona totalmente anodina? Tomamos rápidamente la decisión de llamar de nuevo a James; que nos dejara en el casco antiguo y luego lo llamaríamos para traernos devuelta al hotel.

Así hicimos. Lo primero, dar cuenta de haber estado en Mombasa, pasando bajo el símbolo de la ciudad: unos tusks gigantes que enmarcan la avenida Moi

James nos dejó en el Mercado de Especias…

un tanto sórdido para sábado a la tarde. Ni qué decir que éramos los únicos “rubios” (juro que aplica al negro de Mario) en varios cientos de metros a la redonda. Una vez más nos invadió la aprensión. Estábamos súper contenidos (que si sacábamos la cámara, el celular o ambos; que la Lonely Planet y el itinerario del casco histórico está en el celu, y si me lo arrebatan y si… ¡ay, los miedos! Pocas fotos robadas al entorno

Llegamos hasta el Fort Jesus, quizá el lugar de visita más importante y obligado para los aspectos históricos de la ciudad. Desde allí las vistas del Índico son preciosas, de la misma costa y de enfrente, donde parece haber una arquitectura más moderna…

Construido por los portugueses sobre fines del s. XVII, éstos casi no “disfrutaron” de Fort Jesus, pues la colonia les fue arrebatada por un sultán de Omán durante el siglo siguiente. Los rastros de omaníes están en todo el fuerte, pero sobre todo en sus puertas, bellas…

De hecho, el sultanato actual de Omán está fondeando la reconstrucción y puesta en valor del fuerte, con amplio despliegue publicitario

La época de esplendor de Mombasa (y de sufrimiento de su “pueblo originario”) correspondería a estas etapas, donde brilló el comercio de esclavos y el del marfil. Luego, sobrevendría el Protectorado Británico y el declive con la paulatina eliminación del tráfico.

La zona tenía clima de “sábado a la tarde”

y ya parecía un poco más amable con el extranjero. Una zona pintoresca recorría la costa hasta el puerto viejo y ya inutilizado,

con un club social (antes exclusivo para blancos) y viejas casonas con puertas

y balcones de ensueño

Tomamos más testimonios de la vida relajada de Mombasa… los hombres tomando el té con leche dulcísimo

niños y no tan niños aliviando el calor en una zona fétida del puerto

partido de fútbol frente al fuerte

y chicas recatadas pero, en algún caso, desesperada por tener una foto con una buena cámara… How comes you’re not going to send it to me? Don’t you have a cell phone??? (eso haré, en un rato, a Lunnie)

La despedida fotográfica fue con una puerta soberbia, de una casona restaurada

A partir de ahí (y ya de las 6.15pm aprox) todo fue cada vez más sórdido… la mugre de las calles, la ajenidad de las miradas, la oscuridad de la noche que se avecinaba… ¡No encontrábamos un lugar “cristiano” para sentarnos a comer! Habíamos pasado los “colmillos” de la avenida Moi y, de repente, en una calle lateral, un lugar lleno de lucecitas llamado Bella Vista… ¡allá fuimos!

Un espanto la música ensordecedora y las pantallas de fútbol con la Premier League, pero no teníamos demasiadas opciones.

Por suerte la comida estuvo bien, sobre todo para Mario que sigue con el pollo grillado con puré y agua mineral 🙁

A eso de las 8pm llamamos a James y de vuelta al hotel, menos mal que con buena conexión a internet 😉 .

Gran final de safari en Amboseli

11 ENE 2019

Amboseli National Park

¡Ah, qué día inolvidable habríamos de pasar! Nuestro capitán Gerard nos sacó otra vez al game drive a las 7am, ¡y esta vez para jornada completa! Llevábamos vianda para hacer un pic-nic, preparados para todo el día afuera.

¡Bienvenidos al parque otra vez!

y la guardia con las chitas seguía

y lo que vimos (y no pudimos registrar) fue impactante: las chitas estaban acechantes tras unos yuyos; más allá, unas pobres gacelas pastaban ignorantes del peligro… ¡Todo un espectáculo ver la persecución! ¡Y bravo por esas gacelas, que lograron escabullirse de las dos felinas!

Durante todo el día habríamos de esquivarle a las lluvias que caían fuertes tapando el Kilimanjaro (ya era una cuestión de fe que estuviera ahí atrás). Nubarrones, arco iris… pero sobre nosotros, ni una gota.

Y más animales, claro: jirafas

búfalos

siempre con la chance de fotografiarlos cruzando nuestro camino

Y lo prometido… herds de elefantes:

secuencias interminables de fotos

Y más, tantas más…

Pero no todo era “grandes animales” en Amboseli. Llegamos a la zona de un lago “temporario” (depende de las lluvias y del deshielo del Kilimanjaro, con lo que hay temporadas en las que puede desaparecer), hicimos una escala técnica en uno de los lodges del interior del parque (Ol Tukai Lodge, el más accesible de todos y aun elegantísimo)

… y nos preparamos para la sección “aves”. Los flamencos desplazados de Nakuru…

cigüeñas

gaviotas

crown crane (encontré “grulla” como traducción), el pájaro nacional de Uganda

El lago también era un buen lugar para los hipos

¡y con una mini Kilimanjaro cerca, bien alto preparada para el picnic! (¡ups!, foto desenfocada)

Bellas vistas desde arriba…

y al fin el momento para almorzar

El verde y el agua explica que sea un gran lugar para los animales…

La vuelta estuvo llena de elefantes, saliendo en manada del parque… cientos y cientos y cientos de ellos cruzando…

Poco después de las 4pm (tras 9 horas de safari), salimos del parque. Así quedan los pelos con el viento y la polvareda, pero así también quedan las caras con el disfrute

Y el último registro en el parque:

Justo cuando creíamos que volvíamos al campamento y empezábamos a planear una incursión en la pileta, pasamos frente a la entrada sin detenernos… ¿adónde íbamos? ¿a ver a los elefantes en las afueras del parque? Mmm… James y Gerard tenían una sorpresa preparada para nosotros, “fuera de programa”: una visita a un pueblo masai. Realmente nos sorprendieron; nada debíamos por esto.

Allí fuimos recibidos por un integrante de una de las cuatro familias que viven aquí juntas. Nos explicó que éramos bienvenidos a conocer su modo de vida y sus costumbres, que podíamos sacar fotos y hacer cualquier tipo de preguntas. Que lo primero sería una muestra de cómo un masai da la bienvenida a un visitante, con cantos,

danzas, a las que nos invitaban (¡!)

y una oración deseando un buen “safari”, un buen viaje

Dos alambrados demarcan la aldea circular: uno exterior, para evitar que los grandes animales entren y hieran a los propios masai y a su ganado, y otro interior, para los animales. Entre ambos se disponen las casas y discurre la vida familiar. En esa aldea hay cuatro familias, cada una ocupando un cuarto de círculo al que acceden por tranqueras.

Lo primero fue una demostración de cómo hacen fuego frotando un palo de madera con un trozo de otra madera y encendiendo bosta de elefante… una demanda de su condición de nómades.

Las casas son construidas por las mujeres, con acacias, arcilla y ceniza. Tienen una disposición muy sencilla: primero demarcan el contorno, luego cavan para que una parte esté bajo nivel y sea mucho más fresca, y se organiza en dos habitaciones (una, principal, para la mamá y el papá y donde se ubica el fuego que matará mosquitos y dará lumbre y calor; otra, más pequeña y sin riesgo de fuego, para los niños).

Los niños juegan por todas partes

Y se trataba de un día especial porque estaban preparando una boda que se celebraría al día siguiente, entre una joven de esta comunidad y un joven de otra. Todas la mujeres rodeaban a la novia y hacían joyas para engalanar muñecas, tobillos, cuellos, lóbulos y cuanto lugar hubiera para los adornos

Nos quedamos conversando un buen rato

 y nos enteramos de varios aspectos de su cultura. Las mujeres tienen a su cargo buena parte del trabajo y la responsabilidad familiar. De hecho, James calificó a los masai como un matriarcado, aunque el criterio de calificación sea dudoso: las mujeres construyen las casas, tienen y crían a sus hijos, limpian y cocinan… Los hombres adultos suelen descansar. Uno los ve conversando, tirados bajo un árbol, dirigiendo algo.

El trabajo económicamente más significativo para la comunidad —el pastoreo de animales (vacas, ovejas, cabras)— lo hacen los niños y los jóvenes, i.e., quienes tienen más energía y menos años para ello. De hecho, un niño es una persona muy ocupada: tiene que ir a la escuela y trabajar. Cuando un joven adquiere la mayoría de edad (a los 18), ya se considera que puede casarse y dejar de pastorear.

Hay un jefe de lacomunidad y un consejo de elders que toman las grandes decisiones y resuelven conflictos asignando recursos y penas (como vacas u ovejas).

Las bodas, los nacimientos y los funerales son grandes acontecimientos, con comidas especiales (carne de vaca) y alcohol destilado por ellos mismos para los elders, cantos y danzas.

Los masai se definen como nómades (lo repitieron varias veces) pero no está claro cuánto de esto pervive… Por un lado, tienen la escuela de los niños y la familia nuclear que debe establecerse durante todo el período escolar; por otro lado, nos parece que también está todo el tema de la asignación de tierras y el comercio vinculado con los parques. Quién sabe.

Dejamos la aldea masai muy emocionados por la experiencia. Humanos, tan humanos; iguales y tan distintos… se “siente” todo muy raro y a la vez muy movilizador…

Y esto no era todo… todavía una sorpresa más: nuevo desvío para ver al elefante con los colmillos más grandes en Amboseli, ¡impresionante!

… la silueta del Kilimanjaro empezaba a aparecer… ¡con mucha imaginación!

[Mañana sigo… termino de editar esto en Mombasa… con mucha saudade por nuestros amigos Gerard y James. Lo pasamos realmente genial]